viernes, 27 de abril de 2012

Renacidio

El Himen se quebró por segunda vez, y sabe que habrá una tercera y hasta y una cuarta. Pero para eso tiene que recomponerse.
Y lleva lo que le lleva a las hojas crocantes de las veredas otoñales hacerlo.
Tiene que recordar desde que fue semilla, hasta sentir el recorrido sinuoso y sensual de las curvas y hebras que tanto gustaba en acariciar, hasta que se fue secando, resquebrajando ante una mano torpe e impotente para impedirlo, unas orejas sordas para oir como la salvia se escurría, hasta que cayó a unas baldozas de hormigón lavado, y crujió por vez última bajo el taco de un Sarcani de una oficinista apurada. Eso si lo detectaron su orejas ensordecidas.
Y lleva lo que le lleva a una mano artrósica recobrar su juventud para volver a hacer sonar un fagot herrumbrado.
Tiene que pararse en el punto de partida anterior y recorrer todo el camino de nuevo, tomando apuntes, corrigiendo, retocando notas, cambiando algunas alteraciones de un pentagrama enredado de sensaciones graves y agudas; intensas. Hasta llegar al tutti final... sólo que esta vez no hubo tutti, sino un obstinato en fade out. Y unos huesos de mano haciendo sonidos de matraca tortuosos, sólo para llorar unas cuantas notas sencillas de la boca del instrumento.
Y lleva lo que lleva agarrar una birome de nuevo y romper el vacío cristalizado de una hoja en blanco ya amarillenta.
Tiene que abrir camáras, compuertas y exclusas. Dejar que el torrente estancado de años de blindaje mane, saque toda la mugre como las canillas de edificios viejos; primero dejar pasar toda un agua con arenilla del fondo del tanque, hasta que empiece a salir más potable. Y duele como infección urinaria, y rinde las mismas dos gotitas que salen rasposas desde los genitales hasta darse de boca con el depósito del inodoro.
Cuando eso se conecte con la mano, quizás salgan algunas primeras palabras sufridas.
Tal vez.