lunes, 16 de noviembre de 2009

Los ojos de Charlie

(...) y cientos de Liliputienses le hicieron una ronda, lo tumbaron y lo estaquearon al suelo. Lo párpados se los sostuvieron con palos para que no pudiera dejar de mirar al cielo.
Y vio como el cielo se descomponía, y se caía, y con el todas las estrellas, mientras la tierra cimbaba y se quebraba en dos a su espalda. El firmamento descongelado lo ahogaba, y cada estrella muerta que tragaba se le pinchaba en la garganta, como abrojos galácticos. De la grieta de la tierra surgieron escorpiones, y ya no había ahí más nadie para espantarlos. Uno a uno lo fueron picando. Pero cuando el veneno inundaba la sangre, y amagaba con llegar al corazón, la visión de la única estrella que quedaba hacía que su sangre se purgara en un dolor desgarrador.

Consiguió liberar una mano y habiéndola cerrado, le enseñó su puño a esa estrella; la roja.

miércoles, 28 de octubre de 2009

martes, 27 de octubre de 2009

La Carretera de los Huesos

Las cosas se acomodan un poco, el suelo vuelve al lugar que le corresponde y lo mismo pasa con el cielo. Todo esto sucede mientras se arrastran fuera del vehículo, cada uno por su lado. Los dos tripulantes tras examinar sus propias herdias y tratar de entender que acaban de sobrevivir a un accidente, se aproximan para encontrarse. El primero en salir es el que estaba al volante. El acompañante dormía, y despertó al costado del camino. No recuerda haber reptado hasta ahí. Se observan en silencio, y sonríen con tristeza, en medio de una carretera desierta, construída sobre los huesos de los disidentes, en algún lugar de la nevada estépa siberiana.
- ¿Qué vamos a hacer?

- No sé. El auto está hecho mierda; entiendo que no tiene arreglo.

- Sí, así parece. ¿Estás bien?

- Sí, con algunos golpes, y raspones. ¿Vos?

- Creo que me quebré algo.

Un viento escarchado y malicioso los deja sin habla un instante. El sol empieza a ponerse.

- ¿ Cómo chocaste?

- ¿Yo? ¿¡Qué cómo choque?! ¡Vos venías durmiendo, se suponía que eras el copiloto!

- Sabes que no se manejar, nunca lo había hecho.

- Eso no cambia las cosas.

- Evidentemente. ¿Esperamos a que pase un colectivo?

- ¿Es en serio? Tenemos que ir a algún lugar. No podemos quedarnos acá.

- Yo no puedo moverme; te dije, creo que me rompí algo. - Al decir esto, posa su mirada suplicante en los ojos que tiene frente a sí.

- Mirá, está todo bien, pero no puedo cargarte. Y quiero preservarme. ¿Entendés no? Si queres, quedate a esperar tu colectivo; tal vez a mi me suba más adelante y nos veamos arriba.

No responde pero asiente con la cabeza. Se abrazan.

Desde la banquina ve marchar a la persona que viajaba a su izquierda hasta perderse en el horizonte helado, y fusionarse con el hielo y las nubes, allá donde se juntan. Quizás llore al caminar, quizás sonría, quizás sólo esté concentrada en llegar... allá, a donde sea, para poder seguir viaje. Para el resagado será un gran misterio, ya que el baiven del pelo sobre su nuca no le brinda ninguno de estos datos, y jamás la verá volver la cabeza atrás.


Sus tripas se sublevan tras caer el sol. Su cabeza sale a parar esa rabiosa reacción. Entiende, entiende como son las cosas, no lo considera mal, acuerda; y recuerda. A sus tripas poco parece importarle, y no paran de retorserse. Su mente maniobra, le sugiere que se calme, que el colectivo pronto pasará y podrán encontrarse ahí arriba. La respuesta de sus víceras no tarda en hacerse saber, y en forma de vómito le preguntan si está dispuesto a quedarse esperando algo que probablemente - y hasta casi con total seguridad - no va a pasar.

Ninguna de las partes logra imponerse, y su cabeza sigue matándose en un feroz duelo con las tripas.


El sueño y la gangrena lo tumban. Se ve morir y convertise en papel. Y ve otro papel. Y en el suyo hay tres puntos, mientras que en el otro hay uno solo; sentenciante.

Quiere borrar los dos que le sobran, pero no lo consigue de momento. Juguetea con la idea de que, al igual que en cientos y miles de relatos escritos, los nombres que aparecen, a veces vuelven a hacerlo un par de párrafos más adelante. Las víceras se mofan y le declaran la guerra.


lunes, 26 de octubre de 2009

Intervención

Paciente: ...pero duele mucho.
Doctor: Me temo que...
P: (interrumpiendo)... es la única manera, ¿verdad?
D: Así es. Es bueno que lo sepa.
P: Yo lo se; mis tripas no y no paran de retorcerse. ¿No puede hacer que vaya más rápido?
D: No se queje tanto. Es una buena máquina, una Yelmo que está como el día en que la compraron.
P: Duele.
D: Eso ya lo dijo usted, sea más original. Describa que es lo que siente.
P: Esa aspiradora en el ombligo no se puso bien. Se me sale sangre por los costaditos, y creo que aspira de más. Me saca la risa de los pulmones; y creo que se está llevando un pedacito de espíritu...
D: No me conmueve, no sea tan dramático. No es el primero, y detrás suyo aguarda una infinidad de pacientes más.

(Silencio)

P: ¿Es necesario que la extirpe toda? ¿No puede dejar un pedacito aunque sea?
D: Bien sabe usted que no, no se para qué me lo pregunta.
P: Por llorón.
D: Bien; procure dejar de hacerlo.
P: Procure tener un poco más de tacto.

(Entra una enfermera; nadie repara en ella)

P: ¿Por qué duele más de noche?
D: Lamento informarle que el contagio se produjo en horario nocturno. Su cuerpo entero estuvo expuesto, y mucho me temo que también tendré que arrancarle la piel nuevamente, por más que tenga poco uso esta nueva que trae.
P: Lo se. Hágalo. Total, vuelve a crecer, ¿no?
D: Depende, pero la que tiene ya no le sirve de mucho. Lo siento, me tengo que ir. Intente descansar.
P: Intente irse a la mierda.

(El doctor se retira. El paciente cierra los ojos. Sueña con un conejo, con un cazador y una licuadora)

P: ¿No hay otra forma, verdad? ¿Doctor? ¿Hola?

(Las luces se apagan muy de a poco)

domingo, 25 de octubre de 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

Niño Condenado

Habla conmigo,
viejo perro blanco,
habla conmigo,
ladra tu quebranto...
cuando quieras,
olvidarlo...
tu quebranto...

Habla conmigo,
perro de la lluvia...
habla conmigo,
solo tú conoces,
la vendimia...
de la calle...

¡La delicia!
¡La delicia!

Habla conmigo,
viejo perro blanco,
busca descanso,
con tu molinete,
que los amos,
no descansan...
ya no existen...

Habla conmigo,
perro de la lluvia,
habla conmigo,
niño condenado,
por el diablo de febrero...

¡Perdonado!
¡Perdonado!
¡Perdonado!

martes, 13 de octubre de 2009

Importante concepción ontológica

"Ahí" es el lugar donde quedan las cosas que no tienen ganas de ser

lunes, 5 de octubre de 2009

Agua e Vinho

[ Musica maestro: http://www.youtube.com/watch?v=AZnQUMxYPds ]


Los perros se miran y sonríen ante la coda de sus vidas. Todo cobra un nuevo sentido; la realidad es nítida, es fresca como el pasto del campo a la mañana, como el agua de los lagos olvidados de montaña. La tarde baña a las siluetas en oro luminoso, y las partículas de polvo planean ante la visión de los mártires. La paz es quebrada, o más bien, acompasada por los golpes del hacha del verdugo contra el piso hueco. Alguien fantasea y lo ve como uno de esos directores barrocos que en lugar de usar batuta, golpeaban sus bastones contra el piso. Pronto, dos sacos inertes y encapuchados bailarán para él.
Los canes inspiran profundamente. Quizás intenten, inconcientemente, aferrarse de algo, o quedarse con algo antes del final, aunque sólo sea el aire de sus pulmones. Uno de ellos jadea y piensa: "le llevaría horas al pintor más avezado recrear el color de la sangre sobre el verde de los tablones de onix del cadalso. Lástima que apenas alcance a verlo."
El otro interrumpe su meditación: - La muerte es renovación, compañero. Las cosas podrán ser distintas para los que nos sucedan. -
El hacha dibuja una curva áurica contra el destello de la última luz de esa tarde. La imagen es fuerte, pero el último a ser ejecutado conserva el recuerdo de su compañero en lo alto, y no la del cuerpo con su cabeza pendiendo de un jirón de carne que no alcanzó a ser cortado. Son concientes de por qué están ahí, y su moral no se quiebra.
Ningún pintor pudo nunca recrear aquellos colores.

viernes, 26 de junio de 2009

Camarones en un bar de camarones

Las vetas de un gastado listón de madera se reflejan en la superficie de un tenedor clavado en su espalda. El camarón está abandonado, semi aplastado por el cuchillo, la servilleta arrugada y la cuenta, sobre un plato blanco y pegoteado de aceite. Alguien no se lo comió. El camarón permanece, muerto. Alguien intentará culparlo. Y sí, un camarón medio sucio y con esas pinzas puede parecer amenazante. Como sea, lo más probable es, que alguien se encargue de decir, que era una amenaza, ahí servido en el plato, contra cuchillos y tenedores afilados en manos hábiles que lo superan en fuerza y tamaño. Un camarón llamado Darío; o Maxi.

domingo, 29 de marzo de 2009

Sin título o Analogía inmuéblica

La tarea que se presenta puede ser abordada de distintas maneras: podría apelar a una serie de calificativos coloridos, incurrir en halagos pomposos y dar algunos paseos bizantinos sobre ciertos defectos. Incluso tendría problemas con esto, ya que debería sentarme a bosquejar un planteo que justifique por qué considero defecto algún rasgo en particular, y pasaría a ser una recreación personal más que una mera descripción formal. En fin, lo que voy a hacer entonces, es desplazar el eje de la cuestión: voy a pasar a describir su casa como si hablara de ella:
Para acceder hay que atravesar una gruesa puerta y luego caminar un pasillo con una serie de subidas y bajadas, a veces a tientas en la oscuridad, a veces - de encontrar el interruptor - con buena luz. Una vez ahí, hay dos accesos: la entrada principal, que cuenta con una mirilla para examinar a quien llama y ya logró alcanzar este punto, y una segunda puerta, la mayor parte de los casos cerrada y bloqueada, que comunica a un patio interno.El departamento no es nuevo, de esos de ladrillo hueco y durlock, hechos así nomás, ni tampoco una construcción arcaica a punto de implosionar. Básicamente y a grandes rasgos se trata de una construcción plena aún, con buenos cimientos y totalmente funcional.Es una muy linda casa. Colorida, cálida, luminosa, aunque algo desarreglada por los ritmos internos que no dejan lugar para una pulcritud rigurosa. Su salón principal alberga una biblioteca algo empolvada, pero con un gran y profundo contenido. Le sigue la cocina, el sector productivo: bolsas con materia prima y condimentos ingresan para ser procesados con gran habilidad y maestría, devolviendo simples pero exquisitos platos, y en ocasiones, soberbios preparados.Por donde se mire, se encuentran elementos artísticos y herramientas creativas: pinceles, lápices, pinturas, instrumentos, herramientas, plumas y papeles por doquier. Además, los estantes y repisas desbordan de recuerdos, y objetos varios; quizás demasiados, provocando una saturación, y a veces haciendo difícil la limpieza. Finalmente, una habitación de descanso, el sitio más acogedor y tranquilo de la casa, y un baño, lugar de aseo y de deshechos del morador.
A veces, el equilibrio se ve perturbado por una gotera que emana de lo más profundo de las entrañas del edificio - sobre el cielo raso -que se externaliza en forma de oscuras manchas de humedad. Es difícil encontrar una solución, y casi imposible hacerlo sin tener que romper y escarbar en la loza para alcanzar el origen del desperfecto, que según parece es tan viejo como el edificio mismo. Y lo que es peor, la combinación de esto y otros factores menores sirven de caldo de cultivo para una horda de mosquitos, insignificantes y prácticamente invisibles de a uno, pero que de conjunto se vuelven una fuerza angustiante y dura de combatir.
Hace un tiempo también se filtró un roedor, presuntamente una rata. Se escondió en sus rincones más inaccesibles, y comenzó a roer y a defecar en distintas partes. Gracias a la observación y con dedición, el animal fue detectado, cercado y aislado. Se introdujo veneno y se lo privó de alimento, así que ahora resta esperar que perezca de una vez por todas. Y como si esto fuera poco, algunos fantasmas del pasado, aunque muy débilmente, todavía se pasean, logrando que prevalezcan ciertos temores y rompiendo la paz interior.
Para terminar, el departamento sólo posee un problema crónico, que ocurre con sus cañerías. Suelen taparse los desagües cloacales ocasionando malestar general.

Ahora bien, ¿ quién vive en este lugar?, se preguntaran... se dice el pescado, no el pescador.


La casa no se vende.

lunes, 23 de marzo de 2009

Pequeño cuento nocturno para niños breves con insomnio.

Y así, una vez más, llegamos al círculo de los cuerpos quemados, de los que no poseen piel, de los abrasados que no pueden ser abrazados. Los pies embarrados de un camino por las turbas rojizas y hundidizas, de suela dura por la nieve y los ásperos yuyos de las estepas, se posan sobre la arena, alrededor del lago. El agua es verde, bien verde y de un frío eléctrico. Hundir la cabeza ahí es electrocutarse, pero sin dolor.
El único contacto tolerable es el frío que nos envuelve, como los artefáctos destrozados que somos, aunque no inútiles del todo. Y en éste punto se centra el debate.
El círculo se cierra al irse la última persona que conocía. Según las últimas palabras que compartimos no se veía como una averiada. Creía ser capaz de recomponerse y tener una vida "normal". Discutimos acerca de eso, le pregunté qué era normal, y su concepto hizo un gran rodeo alrededor de un montón de cosas que detestaba, quedandose en ese círculo; otro más. No quizo aislarse y venir a morir como algunos de acá, no quizo quedarse a pelear o inmolarse como otros. Quizás por eso vuelva a crecerle la piel sin grandes marcas de todo esto y su carne expuesta quede enterrada lo suficiente como para ser ignorada.
Volví la vista al resto del círculo: todos y todas convencidos de su deterioro, de que pasara lo que pasara, ya no podrían recuperarse, regenerarse.
La reunión duro poco. Varios mostraron su desprecio por todo y se volvieron con el fin de destruir lo que encontraran; como ya no podrían disfrutar de nada, nadie lo haría. Algunos se apartaron pasados algunos minutos y se pusieron a cantar y a tocar algunos instrumentos; se creyeron felices y a salvo y se quedaron a regodearse en su miseria.
Quedamos los otros.
Los otros pensamos en usar nuestra parte aún no descompuesta para subir, para escalar montañas sociales y pinchar el techo que se ciñe cada vez mas ajustado sobre todos. Decidimos andar a tientas en los lugares más oscuros, lanzarnos contra las ventanas tapiadas y hacer algo de luz; encontrar más averiados despiertos y convencerlos de empujar hacia arriba, hasta romper el toldo. Los otros tememos a las hordas de arañas azules y verdes que podrían desatarse, pero eso no nos detiene.
Los otros tenemos la convicción de lograrlo.
Y cuando eso pase y nos aseguremos de que no tengan que volver a nacer atrofiados, nos retiraremos al círculo de nuevo, a cantar junto al resto de nosotros, a acostarnos y morir viendo una noche sin tapa, sin techo, sin más cancer.
Listo, dormite.

viernes, 6 de marzo de 2009

Aviso

Me juí al sur según la convención cardinal.
Abajo para los verticalistas.
Al fin del mundo para los románticos.
Allá.