- ¿Qué vamos a hacer?
- No sé. El auto está hecho mierda; entiendo que no tiene arreglo.
- Sí, así parece. ¿Estás bien?
- Sí, con algunos golpes, y raspones. ¿Vos?
- Creo que me quebré algo.
Un viento escarchado y malicioso los deja sin habla un instante. El sol empieza a ponerse.
- ¿ Cómo chocaste?
- ¿Yo? ¿¡Qué cómo choque?! ¡Vos venías durmiendo, se suponía que eras el copiloto!
- Sabes que no se manejar, nunca lo había hecho.
- Eso no cambia las cosas.
- Evidentemente. ¿Esperamos a que pase un colectivo?
- ¿Es en serio? Tenemos que ir a algún lugar. No podemos quedarnos acá.
- Yo no puedo moverme; te dije, creo que me rompí algo. - Al decir esto, posa su mirada suplicante en los ojos que tiene frente a sí.
- Mirá, está todo bien, pero no puedo cargarte. Y quiero preservarme. ¿Entendés no? Si queres, quedate a esperar tu colectivo; tal vez a mi me suba más adelante y nos veamos arriba.
No responde pero asiente con la cabeza. Se abrazan.
Desde la banquina ve marchar a la persona que viajaba a su izquierda hasta perderse en el horizonte helado, y fusionarse con el hielo y las nubes, allá donde se juntan. Quizás llore al caminar, quizás sonría, quizás sólo esté concentrada en llegar... allá, a donde sea, para poder seguir viaje. Para el resagado será un gran misterio, ya que el baiven del pelo sobre su nuca no le brinda ninguno de estos datos, y jamás la verá volver la cabeza atrás.
Sus tripas se sublevan tras caer el sol. Su cabeza sale a parar esa rabiosa reacción. Entiende, entiende como son las cosas, no lo considera mal, acuerda; y recuerda. A sus tripas poco parece importarle, y no paran de retorserse. Su mente maniobra, le sugiere que se calme, que el colectivo pronto pasará y podrán encontrarse ahí arriba. La respuesta de sus víceras no tarda en hacerse saber, y en forma de vómito le preguntan si está dispuesto a quedarse esperando algo que probablemente - y hasta casi con total seguridad - no va a pasar.
Ninguna de las partes logra imponerse, y su cabeza sigue matándose en un feroz duelo con las tripas.
El sueño y la gangrena lo tumban. Se ve morir y convertise en papel. Y ve otro papel. Y en el suyo hay tres puntos, mientras que en el otro hay uno solo; sentenciante.
Quiere borrar los dos que le sobran, pero no lo consigue de momento. Juguetea con la idea de que, al igual que en cientos y miles de relatos escritos, los nombres que aparecen, a veces vuelven a hacerlo un par de párrafos más adelante. Las víceras se mofan y le declaran la guerra.

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