martes, 27 de octubre de 2009

La Carretera de los Huesos

Las cosas se acomodan un poco, el suelo vuelve al lugar que le corresponde y lo mismo pasa con el cielo. Todo esto sucede mientras se arrastran fuera del vehículo, cada uno por su lado. Los dos tripulantes tras examinar sus propias herdias y tratar de entender que acaban de sobrevivir a un accidente, se aproximan para encontrarse. El primero en salir es el que estaba al volante. El acompañante dormía, y despertó al costado del camino. No recuerda haber reptado hasta ahí. Se observan en silencio, y sonríen con tristeza, en medio de una carretera desierta, construída sobre los huesos de los disidentes, en algún lugar de la nevada estépa siberiana.
- ¿Qué vamos a hacer?

- No sé. El auto está hecho mierda; entiendo que no tiene arreglo.

- Sí, así parece. ¿Estás bien?

- Sí, con algunos golpes, y raspones. ¿Vos?

- Creo que me quebré algo.

Un viento escarchado y malicioso los deja sin habla un instante. El sol empieza a ponerse.

- ¿ Cómo chocaste?

- ¿Yo? ¿¡Qué cómo choque?! ¡Vos venías durmiendo, se suponía que eras el copiloto!

- Sabes que no se manejar, nunca lo había hecho.

- Eso no cambia las cosas.

- Evidentemente. ¿Esperamos a que pase un colectivo?

- ¿Es en serio? Tenemos que ir a algún lugar. No podemos quedarnos acá.

- Yo no puedo moverme; te dije, creo que me rompí algo. - Al decir esto, posa su mirada suplicante en los ojos que tiene frente a sí.

- Mirá, está todo bien, pero no puedo cargarte. Y quiero preservarme. ¿Entendés no? Si queres, quedate a esperar tu colectivo; tal vez a mi me suba más adelante y nos veamos arriba.

No responde pero asiente con la cabeza. Se abrazan.

Desde la banquina ve marchar a la persona que viajaba a su izquierda hasta perderse en el horizonte helado, y fusionarse con el hielo y las nubes, allá donde se juntan. Quizás llore al caminar, quizás sonría, quizás sólo esté concentrada en llegar... allá, a donde sea, para poder seguir viaje. Para el resagado será un gran misterio, ya que el baiven del pelo sobre su nuca no le brinda ninguno de estos datos, y jamás la verá volver la cabeza atrás.


Sus tripas se sublevan tras caer el sol. Su cabeza sale a parar esa rabiosa reacción. Entiende, entiende como son las cosas, no lo considera mal, acuerda; y recuerda. A sus tripas poco parece importarle, y no paran de retorserse. Su mente maniobra, le sugiere que se calme, que el colectivo pronto pasará y podrán encontrarse ahí arriba. La respuesta de sus víceras no tarda en hacerse saber, y en forma de vómito le preguntan si está dispuesto a quedarse esperando algo que probablemente - y hasta casi con total seguridad - no va a pasar.

Ninguna de las partes logra imponerse, y su cabeza sigue matándose en un feroz duelo con las tripas.


El sueño y la gangrena lo tumban. Se ve morir y convertise en papel. Y ve otro papel. Y en el suyo hay tres puntos, mientras que en el otro hay uno solo; sentenciante.

Quiere borrar los dos que le sobran, pero no lo consigue de momento. Juguetea con la idea de que, al igual que en cientos y miles de relatos escritos, los nombres que aparecen, a veces vuelven a hacerlo un par de párrafos más adelante. Las víceras se mofan y le declaran la guerra.


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